2/26/06

LA CONFUSION DE SENTIMIENTOS

Por Carlos Monsiváis

El gobernador está solo, así ha pasado el día entero, casi sin moverse aunque vaya de un lado a otro (La parálisis del político es sentir que desciende, todo muy simbólico; pero hay momentos en que los símbolos pesan como discursos). Los ayudantes todavía lo rodean y las llamadas telefónicas persisten, ya menos, y todo languidece, no hay prisa en atender sus órdenes, ni siquiera parece que él ordenara, nada resuena con fuerza, es —si él pudiera expresa sus sentimientos con palabras, algo que nunca se le ha dado— un poder con sordina, un Palacio de Gobierno sumido en el letargo, o quizás la palabra “letargo” no sea la conveniente, no describe de modo suficiente las expresiones lívidas, la voz baja que somete la atmósfera a las indicaciones del susurro de pánico, a la gana de no estar allí (aquí) en este momento.

El gobernador sigue oyendo los chistes que a su alrededor nadie pronuncia pero que le rondan, que surgen de los programas de televisión que alcanzó a ver hasta que su secretario le recomendó que apagara la tele mientras duraba la crisis, que vienen de los comentarios de radio que le contaron, de la conspiración de los artículos donde insiste en rebajarlo a la categoría de idiota sorprendido. Hijos de la Chingada, ¿qué traen conmigo? ¿Qué les hice, cabrones? ¿Por qué me lanzan sus pendejadas, por qué me chotean culeros? El mundo, de pronto, se le convierte en una sola expresión, una lluvia de flechas con tres palabras incluidas, un ir y venir de los golpes verbales, ay jijo cómo duelen, él se acostumbró al habla cabrona y a no inmutarse porque lo mandaron lejos o todavía más lejos, pero eso es otra cosa, si un macho no se expresa con rudeza vale para pura Chingada, ah que la Chingada. Pero que le griten y le escriban y le pinten Mi gober precioso. ¡Carajo! ¿De qué se trata? Una expresión así la dice cualquiera y se le dice a cualquiera. ¿Por qué cebarse? A ratos, cuando el silencio es todavía más real y más cruel, es decir, cuando no se oyen ni los ruidos ni la respiración de la zozobra, cree oír un pinche coro que le dice: Mi gober precioso/ Mi gober precioso.

Es un hierro sobre la frente, me cae, es una precipitación de tres palabras sobre su tumba. Sobre su tumba no, chingaos, no está muerto, tiene a su lado al pueblo, a su pueblo, pero eso ya ni él se lo cree y sus ayudantes lo ven ahora y el antiguo respeto que les brillaba en la mirada ahora parece un anuncio de neón: “MI GOBER PRECIOSO”.

¿Cómo acostumbrarse al cambio de miradas? De todo lo que le pasa, del estupor que es su nueva compañía, de los informes que recibe de la tormenta que lo ha vuelto un pinche vaso de agua, lo más inadmisible son las miradas que de pronto se endurecen, no evitan el asomo del choteo, lo ciñen como si él no fuera el mandamás del estado sino alguien que si les cayera bien lo compadecerían. ¡Ah qué la que se cayó por asomarse! ¿Hace cuánto no decía esa frase, la oyó de niño cuando era pobre y naco (ni modo, ahorita qué caso tiene evitar las palabras) y ahora regresa como la inscripción sobre el muro. Súbitamente la infancia olvidada, su condición indígena (de que tanto presumió durante la campaña pero de la que ha procurado olvidarlo todo, dinero mata etnia), su pobreza como fardo, las humillaciones que tragó como sapo, todo regresa convertido en expresiones oídas en camiones, reuniones familiares, billares, patios de escuela. Las cosas que uno dice cuando nadie se fija en él: la que se cayó por asomarse, hojas Petra y al amanecer café, tendiendo el muerto y soltando el llanto, de Ken Chon... ¡Carajo! Y todo lo que hizo por echarle tierra a su infancia, cuántas chingadas arrojó sobre las medias palabras del habla familiar, chingado, la antigua palabra sacrosanta le pertenece a todos, es de todas las clases y cuando se usa nadie sabe a ciencia cierta su procedencia, puede ser de la buena sociedad de Bosques de las Lomas, del Club de Golf de Guadalajara o del municipio Garza García en Monterrey. En cambio, si todavía dijera: “Mi vehículo me sirve para dos cosas, de día paletas y de noche tamales”, todos sabrían de qué rumbo de Puebla viene. ¿Se fijaron? Usó catorce palabras y ni una sola en inglés.

El PRI. El Institucional. El Partidazo. La cuna de la Revolución. Mira que le dedicó su lealtad a esa institución por tantos años, aunque, lo admite sin presiones, lo único que tenía a mano era su lealtad, su búsqueda de clientelas, su levantarse en las madrugadas para las grandes concentraciones y las pequeñas, su aguantarle sus malos humores a los jefes con una condición: que los subordinados le aguantaran sus rabias y rabietas. Ni modales, así es la mula vida.

Carajo, cuántas palabras se pueden usar sin recurrir para nada a la Chingada, pero la neta él anda escamado, sacadísimo de onda. ¿Cómo fue tan pendejo de no fijarse y no sospechar que le estaban grabando? Pues sí estaba a salvo: si no habla por teléfono o si cuida lo que dice o si se expresa con gruñidos. A ver, descodifíquenlos güeyes. Pero se azorrilló y habló y sobre todo güey dejó hablar y se colgó solito, ya le duele el cuello de imaginarse las sogas en que se iban transformando sus palabras y las del pinche Rey de la Mezclilla, papi. Y el PRI que ya no lo defiende, Madrazo que lo quiere dejar solo, ay sí, tan facilito, déjenme solo y a ver en dónde compran los votos que necesitan. Defiéndanme porque soy del pueblo y porque soy priísta y porque no cometí delito alguno.

¿Qué te enseñaron en la escuela? Pues jefe, que si uno llega al poder le regalan años y años de impunidad, y eso quiere decir dinero, la pachocha a mares, la lana que se revienta un danzón solita; y eso quiere decir hacer lo que a uno se le pega la gana y decir las palabras que se le ocurran (no son tantas) sin que nadie lo grabe y las use como prueba en su contra. Impunidad es que nadie de tu partido, de tu mismísimo partido, te llame “¡Degenerado!” en la Cámara de Diputados; impunidad es decir que tu voz no es tuya y que todos te lo crean a huevo. ¿A qué pendejo se le ocurrió que desmintiera su voz, que abjurara de los sonidazos de su garganta como si fueran culpables? Lo hizo y nadie lo creyó y se le vinieron todas las toneladas de la mierda del choteo, se siente sepultado, ahogado, guillotinado, jodido pa que me entiendan. En Veracruz ya quemaron su efigie, y de su nombre puede que ya no se acuerden pero la del gober precioso lo saben todos, ahora cómo salir a la calle sin que le griten, ahora cómo evitar la renuncia o el caso o lo que sea la santa voluntad de sus enemigos. Y todo por una periodista que al fin y al cabo él nunca leyó.
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